
...
Acércate más, más cerca.
Dame tu mano.
En mis historias encontrarás
lo que es limpio, lo que es bello,
lo que transparente brota de mí
como una flor...
Andrés Henestrosa.
Salí a caminar un rato, a mirar rostros por la calle, rostros inexpresivos que rehuyen las miradas, rostros de ciudad, es todo lo que hay a veces, no hay sonrisas ni buenos deseos, solo la indiferencia que se acopla con la lluvia y te moja los zapatos, y no queda mas que el murmullo de las gotas que se rompen sobre las hojas de los arboles y las luces nocturnas reflejadas sobre el pavimento mojado.
Extrañaba uno de esos bares donde entras y la gente sabe tu nombre y te tienden la mano con agrado, cuando no con una cerveza. En su lugar, encontré un café de esos donde las chicas tienen como una mas de sus tareas el sonreír cuando te ven llegar, te sirven con agrado lo que pidas y después si te sientas un rato en algún rincón y observas, encontraras toda clase de rostros humanos que afloran hermosos cuando la sonrisa abandona su obligación y descansa sobre la cotidianidad a veces lacerante. Encuentras tambien toda clase de vivencias inocuas esparcidas al aire por voces impunes, interpretaciones, cuentos, imaginación, dramas, comedias, horripilantes comedias de la vida, gente que duerme de noche interpretando actos necesariamente para los que suelen escuchar con desesperación palpitante el canto de la luz del alba. Yo le regrese la sonrisa -no hay porque restregarle a las personas nuestra iluminación de que todo es una mierda-. Sin embargo, salio de mi rostro una sonrisa no fingida, real, fue una sonrisa que me sorprendió a mi mismo, fue como si a una pequeña parte de mi no se la estuviese llevando la chingada. Me olvide de ello, un lapsus, fue una fluctuación, di un hasta luego y salí a seguir mojando sentimientos.
Esta ciudad esta llena de rincones inesperados, de oasis que solo se presentan a los ojos de las almas que navegan en desiertos de sentimientos calcinantes. Puede ser una calle, un parque, una banca, un kiosco, un sendero apartado, hasta una mesa de café o cantina, o una pared donde perduran las huellas de la gente. Pasaba por uno de esos rincones, el jardín de Juan Rulfo, apenas se puede creer que un lugar tan tranquilo se encuentre en medio de esta ciudad. De pronto vi ahí en el suelo un billete de 100, los tome, torpemente me sentí contento de haber salido a caminar y casi olvide que habían sido esas cuatro paredes las que me habían echado a la calle con su silencio. Otro lapsus. Cuanto dinero se encuentra uno por las calles de esta ciudad, empecé a recordar. Debo encontrarme varios billetes y monedas en el año, pero solo recuerdo los mas grandes. Recuerdo las calles, los lugares. Lo que no recuerdo nunca, es el dinero que he perdido, ese no tiene importancia para la memoria. En cambio quise recordar, en esas caminatas por los parques, por las calles mojadas, por lugares de conocer gente, cuantas veces he encontrado tirado algún sentimiento de que adueñarme, una sonrisa, un abrazo, alguien con quien charlar y compartir un trago. Y cuando -a lo Sabina- salgo buscando un encuentro que me ilumine el día, encuentro un jodido billete. Que clase de broma es esta! No he encontrado muchos amigos deambulando por las calles de esta ciudad, como si me ha pasado en otros lugares. Que incapacidad la mía! En cambio, a diferencia de los billetes, los afectos perdidos los recuerdo a cada paso. Todas mis ausencias viajan a mi lado y dan conmigo los pasos que no dimos juntos.
Quizá mi suerte cambie si abandono el billete, si lo dejo ahí a la intemperie quizá a la próxima encuentre algún afecto desconocido, alguien con un corazón que sepa latir. Abandonar la moneda para que mas tarde otra persona lo encuentre y crea que es afortunada... No esta vez. Me lo pensaré bien. Por lo pronto, entraré al próximo bar que encuentre, me sentare y pediré dos cervezas, serán buena compañía en este pinchi desierto mojado. Después de unos tragos miraré las sombras acariciando la atmósfera al compás de la música, quizá mas tarde las telarañas empiecen a embellecer nuestra mesa. Tal ves después -entre las luces violáceas de la noche multiplicadas en cristales reflejantes, o en el humo de inciensos mágicos elevándose con su danza de caderas, entre las sombras, en el murmullo de voces alegres acopladas al alcohol de mis venas-
encuentre una alucinación
en donde
mirar
su rostro.